PADRE ALBERTO LINEROS

“Sinceramente sí o sinceramente no, pero sinceramente di”

P. Alberto Linero Gómez, Eudista

ImageHoy quisiera hacer una reflexión sobre la sinceridad del corazón y sus implicaciones en la vida de los seres humanos y, para ello, voy a compartir un cuento de Carlos G. Vallés que encontré en el Internet y que dice así:

Iblis1 estaba preocupado. Sus emisarios le habían comunicado que había un ateo que, a pesar de ser ateo, rezaba siempre las oraciones de la mañana y de la noche, y para colmo iba todos los domingos a misa. Eso era peligroso. ¿No iría a volverse otra vez a Dios? Iblis decidió investigar y se presentó al ateo cuando éste iba a comenzar las oraciones por la noche en su casa.

- Dime, ¿tú eres ateo?
- Sí, por la gracia de Dios.
- No entiendo eso.
- Quiero decir que sí, que soy ateo y lo soy de verdad y estoy convencido de que no hay Dios ni cosa que se le parezca.
- Eso me parece muy bien. Pero entonces, ¿por qué le rezas a Dios si no crees en él, y por qué vas a misa el domingo?
- Muy sencillo. Yo estoy convencido de que Dios no existe. Pero vete tú a saber. A lo mejor existe. Así es que para asegurarme en todo caso, no vaya a ser que, no lo quiera Dios pero Dios exista, yo quiero tener mi cuenta clara con él y le rezo todas las mañanas y todas las noches y voy a misa los domingos por si acaso. Hay que asegurarse.
- Comprendo. Reza, reza, que no me importa que lo hagas así.

Cuando Iblis volvió al infierno y les contó la entrevista a sus secuaces, éstos se alarmaron y le preguntaron:

- ¿Por qué le dijiste que no te importaba que rezase así? ¿No es siempre malo que un humano rece?
- No. Si reza de verdad, es malo para nosotros. Pero si reza mintiendo, ganamos nosotros. Dios prefiere un ateo sincero a un devoto mentiroso. Y nos queda el mal ejemplo que da a la sociedad un hombre que va a misa y luego es ateo. De esos, gracias a Dios, hay muchos. Dejadlo en paz.

En esta sociedad de la apariencia, uno no sabe quién es quién, ni qué es verdad y qué no; nos hemos vuelto expertos en el camuflaje y maestros del maquillaje. Hemos creado realidades que son y no son al mismo tiempo, cosas que parecen otras, perfectas imitaciones, palabras nuevas para viejos malos hábitos –porque ahora ser un bandido y un truhán, es ser “astuto” o “sagaz”; ahora ser infiel es tener un “desliz” y cosas así. En este proyecto del aparentar sólo queda el vacío, el sinsentido final, la amargura y la desproporción. He visto gente que se muere por tener un cuerpo escultural, pero que están solos y tristes, no se sienten amados o valorados, ni mucho menos descubren que son valiosos por lo que son y no por la forma que tienen. Esta sociedad hipócrita que quiere hacernos creer que sólo somos felices si nos parecemos a los modelos, si nos vestimos con ropa de una marca de moda, si usamos un perfume caro o tenemos un buen carro;

esta sociedad que no se da cuenta de que estamos necesitando algo que nos llene y que no nos llenamos con lo superficial. Esta sociedad que ha vuelto la experiencia de Dios un trueque mercantil en el que intercambiamos bienes y servicios con Dios.

Muchos de los que conozco no conocen a Dios, aunque van a misa, aunque rezan, aunque hablan de Él; porque su corazón no ha tenido un encuentro cercano con su amor. Entonces rezan para ver si “por si las moscas” algo pasa, a ver si se ganan la lotería porque uno nunca sabe, a ver si consiguen trabajo porque con probar no se pierde nada. Mientras se pierden de encontrar en Dios una fuente inagotable de amor, de vida en abundancia, de encuentro que transforma y que llena mi existencia de sentido. Dios no es un mercader, no es un asesor de imagen, no es un fetiche, al contrario, es quien puede sacarme de esta superficialidad que asfixia y que nos amenaza con deshumizarnos, para llevarnos entonces a su casa y darnos del agua que salta para la vida eterna.

1. Iblis: Nombre que le dan al Diablo en ésta cultura.

<>
Siguiente >